El aprendizaje como vivencia

La lectura

Generalmente hablando, se considera la gran meta del primer año que los escolares aprendan a leer. En la escuela Waldorf, la prematura lectura se considera menos importante que el desarrollo de una vívida experiencia de la realidad del lenguaje. El aprendizaje de la lectura debería también significar la capacidad de los alumnos de dar el primer paso hacia leer el idioma de la naturaleza y los hechos de la vida humana. Esto implica que los sonidos y formas del lenguaje han de adquirir significado para ellos, lo que se logra presentándolos como gestos henchidos de significado, en lugar de símbolos arbitrarios.Las escuelas Waldorf no malgastan mucho tiempo arguyendo los valores respectivos, para la lectura, de los métodos visual y auditivo: usan uno y otro, y más todavía. Lo que las singulariza es la forma en que liberan el poder primordial de la palabra, del aburrido hablar, escribir y leer convencional. En primer lugar, los cuentos que se narran en los primeros años, no son trivialidades sacadas de nuestra vida burguesa, sino vívidos relatos imaginativos: cuentos de hadas, fábulas, mitos y leyendas, historietas de ninguna manera leídas de un libro por el maestro sino recreadas al contarlas. Este acto creador, que de inmediato modela la palabra hablada, causa una impresión mucho más honda que la lectura en voz alta; apela a la atención total de los alumnos porque en él está concentrada toda la energía del maestro. Las narraciones, además, no sirven tan sólo como herramientas para aprender una habilidad escolar, son un fin en sí mismas por su perdurable belleza y maravilla; por poseer genuina fuerza moral. Es además típico de las escuelas Waldorf el que la lectura no precede, sino que sigue la práctica de la escritura; es decir, primero la acción, después el reconocimiento. El lenguaje es creado por medio del habla, y después por la escritura; después, por medio de la audición y la lectura, se percibe. Tanto en la vida , como en la educación Waldorf, viene primero la creación y luego la contemplación, el examen y la apreciación.

El alfabeto

La manera como el maestro de las escuelas Waldorf procede al enseñar las letras mismas del alfabeto a los discípulos de primer año, es característica de su arte educativo: introduce las formas y sonidos a los niños, como algo interesante en y por sí mismo. En primer lugar, ahí están las letras para deleitarse con ellas por su forma y sonido creador. Así conocidas, fácilmente podrán recordarse; se convertirán en el alfabeto amigo, base de una buena escritura, de una ortografía correcta, y de todo el arte del idioma. Así por ejemplo, una letra B, o la M, o la P o la S, se escribirá con amoroso cuidado, en colores y grandes trazos; se pintará grande y con fantasía, antes de dibujarla pequeña al estilo convencional. La forma para la letra B, por ejemplo, se entresacará de algún relato memorable sobre una bahía, una bailarina, una balsa, un burro o un bizcocho. La B retiene en su forma misma algo de lo boyante, bueno y beneficioso que ella expresa. El niño rápidamente percibe la relación, se lanzará al danzar, al andar o al modelar de la B; la pintura, el dibujo y la escritura; todo ello basado en un sentimiento del poder específico que vive tanto en su forma como en su sonido. La B será descubierta una y otra vez en bolas y barcos, en balones y ballenas; ya que la fuerza que ella ilustra es una de las energías formadores de la creación. Los niños así educados logran algo más que el solo uso de la herramienta para la lectura: conquistan el acceso a la inspiración que moldea a los poetas. Se han acercado a la maravilla de cómo pudo el alma humana coagular los sucesos mundiales, primero en palabras y luego en pensamientos, y algún día llegarán a sentir la verdad que subyace en la sentencia, de otro modo inexplicable: “En el principio de todas las cosas se hallaba el verbo creador”. El mundo es una enunciación divina y el habla humana no hace sino imitar su lenguaje de formas. La enseñanza de la lectura en las escuelas Waldorf descansa sobre la tácita premisa de que todas las formas del mundo son gestos expresivos que pueden leerse, siempre que hayamos aprendido cómo hacerlo. El primer año es el indicado para iniciar dicho aprendizaje, haciendo del alfabeto una auténtica experiencia.

Extracto de artículo por J.F. Gardner